De caballeros y damas en peligro

Hace tiempo que no compartía mis comentarios respecto de lo que me encuentro por el amplio mundo que es internet. Debo admitir que ultimamente estuve desmoralizada por ciertas cuestiones y emocionada por otras, y eso te consume el tiempo para escribir con lógica.


Quiero hablar de los caballeros, esos hombres honrados que velan por el bienestar y todo eso de la mujer. ¿El disparador? La siguiente imagen, y los comentarios que leí con ella:




Socialmente hay una visión muy romántica al rededor del hecho de ser caballero. Es la única forma de ser un buen y verdadero hombre: viril, ameno, alagador, fiel, protector, servil con la mujer que ame, etc.




La verdad es que claramente quienes proponen este estereotipo de hombre idea, en primera instancia, no tienen la más pinta idea de qué es ser un caballero en la Edad Media. Porque solamente las mujeres de la aristocracia eran mujeres de bien, las otras no y podían ser abusadas a placer y canto. Y si una mujer aristocrática dejaba de serlo, pasaba a la otra bolsa y venga también para acá.


De repente se confuden los tantos. Un caballero era el que luchaba porque claramente la mujer era incapaz de tal hazaña. Ser caballeroso es hacer por las mujeres eso que claramente ella no puede hacer por sí misma: cuidarse, cargar cosas pesadas, recordar las fechas importantes para tener una excusa y agasajar a su mujer, encargarse de que el mundo en general no manche sus virginales zapatos, sus blancas manos y demás.


Y se extiende: es el que la hace sentir única, afuera y dentro de la cama, y el que da flores, que es cariñoso, que no te hace sufrir.

Pero por sobre todo, es algo perdido. Porque esa imagen del príncipe azul que vendía Disney no sirve a las chicas de ahora. Porque honestamente, las que quieren en caballero no saben lo que están pidiendo.

Eso que se cree que es precioso, que ya casi no existe -o quizás sí tuve la suerte de encontrar uno-, que es lo mejor para una relación se enmarca en un machismo que vuelve a la penumbra todo lo demás.

Porque puede trarnos flores pero golpearnos. Porque arreglar una silla es poco femenino y tiene que venir el caballero a hacerlo él. Porque cargar las cosas pesadas es cosa de machos.

Y tiene otra otra vuelta de rosca: porque si él es un caballero, la mujer debe ser una dama, encargada de las cosas hogareñas, sensual pero no puta, amable, sencilla pero elegante, inteligente pero callada, moralista y creyente devota.





Y en cuando esa dialéctica se rompe, ella deja de ser una dama y él tiene derecho a no ser un caballero. Así entra el monstruo en la habitación y con él, los reproches violentos, el maltrato físico y psicológico.


Perpetuar un modelo para el otro en una relación es también condenar al encasillamiento a una. Las exigencias van y vienen, son recíprocas.

Es una crítica, más bien, a las jóvenes y los jóvenes que se dicen feministas y piden este tipo de cosas. Es incoherente pedir equidad en derechos para la mujer en relación al hombre cuando se le exige, en algunas relaciones, un rol que caracteriza al machismo.


No olvidemos que, en última instancia, el caballero era un asesino.

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